Bojan y la búsqueda del ser


Hace unos días atrás Bojan Krkic consiguió anotar su primer gol con el Montreal Impact de la MLS, rompiendo así una sequía de casi un año sin saborear el éxtasis de anotar. Muy fácil de digerir este supuesto en definitiva no es para todos aquellos que hace poco más de una década veían el nacimiento de un nuevo distinto dentro del fútbol estelar; aquel escurridizo delantero figura del Mundial Sub-17 en 2007 que desde sus épocas en el Benjamín hasta el Barcelona B logró hacer más de 900 goles y se convertía en el futbolista más joven en hacer un gol debut con el primer equipo blaugrana era sin duda una ficha a quien apostarle con toda certeza para un futuro donde el cielo fuese el límite.

Las cosas tristemente resultaron muy diferentes. El supuesto más común aplicable en estos casos sería el decir que a los globos de aire caliente mediáticos el tiempo termina poniéndolos en su justo lugar, pero en este caso sería muy injusto catalogar todo desde esta perspectiva dadas las circunstancias con las que el meteórico ascenso del jugador se llegaron a dar, en definitiva había un potencial bien argumentado. ¿Qué pasó entonces? Según el mismo Bojan, el cambio drástico que representaba pasar de jugar con juveniles a un vestuario con figuras de clase mundial y someterse al escrutinio de decenas de miles de espectadores todos los fines de semana no terminaron siendo bien digeridos por aquel niño de 17 años.

Por distintas que hayan sido las exigencias de los retos consecuentes a estancia en el Camp Nou, un jugador golpeado en la confianza no se recupera en un parpadeo

Es indiscutible que el fútbol es de momentos y para los protagonistas mantener la inercia positiva sólo es posible de conseguir a base de mucho trabajo físico, pero también mental. Y aunque no estuvo solo en el camino, fue muy evidente que el daño fue irreversible. Por más distintas que llegasen a ser las exigencias de los retos consecuentes a sus años en el Camp Nou, un jugador golpeado en la confianza no se recupera en un parpadeo. Luis Enrique con la Roma buscó recuperar la alegría del jugador en un fútbol más ríspido pero con menor exigencia de dinamismo, pero las noches se les tornaron más grises de lo esperado, una situación similar a la que experimentó por su paso posterior en el Milan.

Su paso por el Ajax sólo demostró que si la cabeza no está en paz, el cuerpo tampoco. En Ámsterdam solo pudo dejar como legado luces tenues de su mejor potencial y varios partes médicos que imposibilitaron tener un ritmo adecuado. Ni siquiera luego de haberse desprendido de la carga que le significaba ser una promesa del Barcelona lo ayudaron a encontrar el equilibrio, ya que en el Stoke City las montañas rusas de rendimiento aunadas a la volatilidad de ideas de un pintoresco Mark Hughes fueron hundiéndole más. Ni hablar de Mainz y Alavés, donde al menos podrá tener anécdotas de lo que significa vivir en esas ciudades, o al menos eso esperamos.

Todo ese camino de penumbras sólo hizo algo posible: hacerle perder la carrera contra el tiempo. Habiendo cumplido 29 años hace apenas dos días atrás nos hace reflexionar y poner en perspectiva su desarrollo como jugador, teniendo un destino muy distinto al que se esperaba. Pero la empatía nos hace tener fe en él, ya que por más larga que se haya tornado la búsqueda de su mejor versión, los golpes que da la vida funcionan para que pueda brillar, y no solamente dentro de la cancha.

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